Los afrodisíacos son todas las sustancias bebibles, comestibles y de absorción cutánea que
despiertan o estimulan el apetito sexual. La palabra
afrodisíaco
encuentra su origen etimológico en Afrodita: la diosa griega del amor, la belleza, el sexo y
la lujuria, también conocida como Venus en la antigua Roma. Aun más vieja que Grecia y que Roma, y
casi tan antigua como la humanidad, es la necesidad de conocer y dominar todos los entresijos del
sexo y la sexualidad, se trata de una necesidad biológica que hunde sus raíces en nuestro instinto
de supervivencia, y es en la procreación de donde parte la máxima expresión de este instinto, y el
sexo aquí tiene la clave.
El sexo es tan absorbente para la mente humana, que dedicamos consciente e
inconscientemente innumerables horas a contener o a dar rienda suelta a este instinto tan primario
como necesario en nuestra vida. En la actualidad existen multitud de escritos sobre sexo,
afrodisíacos y sexualidad, textos antiguos de hace milenios, y otros recién salidos hoy mismo en
cualquier librería del mundo. Hay tal cantidad de material acumulado relativo al sexo, que
necesitaríamos vivir más años que Matusalén (árbol vivo conocido más viejo del planeta, un pino de
más de 4500 años), para poder leer todo lo que existe referente a este tema, por no hablar de las
páginas web de temática sexual, que las hay por toneladas en el ciberespacio.
El ser humano mantiene una fijación contante en el sexo a través de la historia,
y es el sexo una constante en todas las edades de todas las culturas, con sus diferentes variantes
en cada una de ellas, ya que todos disfrutamos del sexo, pero cada uno lo disfruta a su
manera.
Cuando todo nos va bien en cuestiones sexuales; la vida se disfruta más y mejor.
Científicamente, está demostrada la importancia de disfrutar los beneficios de una vida sexual
satisfactoria. Por el contrario, a veces, por razones desconocidas, podemos desarrollar cualquier
patología mental o física que cause un desorden en nuestra vida sexual. La salud; cuando estamos
bien la sentimos como algo establecido, inamovible, pero si no cuidamos de ella, cualquier día
puede que afloje una marcha y deje de funcionar correctamente, o directamente deje de funcionar.
¡Pero no nos alarmemos!, aquí tenemos una buena noticia avalada por el sentido común y multitud de
informes científicos: El sexo es salud.
Cualquier patología que pueda llegar a afectar directa o indirectamente al
engranaje de la libido, y ya no nos deje hacer frente de una manera digna o satisfactoria a los
escenarios «obscenarios» que surjan en nuestras vidas; la tendencia natural será a alejarse todo lo
posible del foco del deseo. De continuar con esta dinámica; entraremos en la desesperación de no
saber cuánto tiempo durará este inconveniente, con el peligro de que la
ansiedad
se acumule en nosotros más y más hondo, restando vitalidad y alegría o abriendo las puertas de un
bucle obsesivo-depresivo que nos hará mucho más difícil ver cualquier solución al problema.
En primer lugar, si es posible, al primer síntoma acudimos raudos y prestos al
médico especialista, y si este no dispone de la deseada solución que necesitamos, bucearemos por
todo tipo de brebajes y ungüentos que siguen existiendo desde la más remota antigüedad, para así
volver cuanto antes y con el mejor de los remedios, a nuestra tan ansiada «normalidad».
Y es aquí, estimados lectores, ya sea mediante una receta oficial, o cualquier
otro método de obtención, cuando entramos con pies de gato en el ardiente mundo de los dopantes de
la sexualidad o catalizadores del deseo, comúnmente llamados afrodisíacos. |